miércoles, enero 17, 2007

BREVE RESEÑA DE LA ARTESANÍA VENEZOLANA.



La trayectoria de la artesanía venezolana, desde los primeros tiempos de nuestra historia hasta nuestros días, ha ido construyendo los rasgos distintivos de nuestra identidad, como individuos y como colectivo. Ese proceso ha estado determinado por el medio ambiente y la realidad cultural, social y económica del país. En este contexto, surgen expresiones, símbolos, códigos lingüísticos, viviendas, vestuarios, artesanías, gastronomía, es decir, todo un mundo cultural que es lo que define al colectivo de todo pueblo o nación.


Las creencias, artes y valores, las prácticas y tradiciones que se transmiten de generación en generación, sugieren la presencia de una memoria que vive en el espíritu del pueblo, que vive el presente poniendo en valor las experiencias ancestrales en la cotidianidad de su quehacer. Es así que los artesanos y artesanas crean y recrean a diario nuestras tradiciones, revalorizando las expresiones y constituyendo una referencia obligada de nuestra identidad venezolana.



Antes del 12 de octubre de 1492, las comunidades indígenas reflejan su producción creadora en los complejos líticos (en piedra) en la cestería, la cerámica y los trabajos en conchas, en los objetos para guardar y preservar los granos y raíces, y en los instrumentos de pesca ubicados en el período de cazadores; testimonios todos éstos de una producción artesanal que se provee de la naturaleza, reflejando la evolución económica local, es decir, “el ecodesarrollo”, adaptando y creando tecnologías adecuadas a las condiciones ecológicas de la región.

A partir del siglo XVI se transforman estos modos de producción y la vinculación de las comunidades indígenas con su entorno. Los procesos de transculturación, afianzados con el mestizaje, inciden en estas comunidades con el desarrollo de los cultivos comerciales del café y del cacao, característicos de la economía de la colonia, como lo explican ampliamente Sanoja y Vargas.

“Aunque en general, la dieta de la comunidades indígenas continuó prácticamente imperturbable en lo referente al autoconsumo, debían, por otra parte, producir un conjunto de bienes económicos con valor de cambio, creándose así lo que podría designarse como una doble personalidad social. Este hecho era particularmente cierto en el caso de manufacturas tales como los tejidos de algodón o de fique, que si bien constituían una artesanía tradicional, eran consideradas como una especie de moneda de cambio.”

Las tecnologías de la producción artesanal continuaron siendo expresión de la herencia nativa ancestral, constituyéndose la artesanía en un medio de inserción de la población indígena y mestiza dentro del sistema de la economía monetaria implantado por el colonizador español. Es así que las cestas, vasijas de barro, chinchorros y esteras artesanales encontraban mercado en los centros poblados criollos.

Y se llega así a los albores del siglo XX. La economía nacional sigue contando con la producción de café y cacao que se ha insertado en el mercado mundial, mientras que otros productos y cultivos se destinan al consumo interno. La artesanía elaborada en las zonas rurales continúa orientada a la utilidad, y la relación de los humanos con el medio ambiente todavía se mantiene.

Durante la década 1920 – 1930, el petróleo pasa al protagonismo económico como recurso natural prioritario. El campo pasa a un segundo plano y se producen las primeras migraciones del campo a la ciudad, las cuales continúan durante las siguientes décadas, acentuándose en la década del 50.

La Venezuela agraria es sacrificada violentamente, al trastocársele sus tradiciones, su personalidad social y sus modos de subsistencia, en aras de un capitalismo urbano – industrial que cercena el paso a tecnologías intermedias que pudieran haber ofrecido soluciones alternas ante un notorio crecimiento de la desigualdad social y ante la exclusión de las mayorías en beneficio de minorías privilegiadas por este modelo de pseudodesarrollo.

La suerte del artesano es, en gran medida, la del campesino ante el “boom” petrolero, al integrarse al éxodo de los campos en busca de mejores condiciones de vida y oportunidades de trabajo en los centros urbanos.

A partir de 1940 se extiende un sentimiento de subestimación de lo propio, de lo local, de lo autóctono, frente a la sobrevaloración de los productos importados, la necesidad desenfrenada de consumo, la ilusión del “confort y la abundancia” y la “estética del zinc y del plástico”.

La supervivencia de los artesanos no es fácil y la pervivencia de los caracteres prehispánicos transmitidos de generación en generación se hace posible por la toma de conciencia del artesanado esparcido por todo el territorio nacional, así como por cierto impulso institucional muy posterior que, por no llevar aparejada una verdadera voluntad política y compromiso, no llega a generar un verdadero desarrollo del sector artesanal.

En esta toma de conciencia, la fuerza de la tradición y el impulso creador de los pueblos se dejan sentir en las manos de aquellos artesanos que aún se resisten al proceso de homogeneización, desarticulación y ruptura del humano con su medio y sus costumbres particulares, para las que la artesanía continúa siendo un medio de sustento, pero también una realidad cultural. El artesano continúa, así, creando sobre la arcilla, la palma, la madera y la piedra.

El artesano revitaliza, en sus actividades, los vínculos con la tierra, el ambiente y el contexto cultural que lo vio nacer. Al reciclar su trabajo y las materias primas de su entorno, recuerda las técnicas tradicionales y las recrea en una gran diversidad de productos artesanales susceptibles de ser comercializados, con lo cual contribuye notablemente a mantener la identidad nacional y a forjar una personalidad social propia y diferenciada ante el resto del mundo.

Así llegamos a 1974, fecha en que se crea la Corporación para el Financiamiento de la Pequeña y Media Industria (CORPOINDUSTRIA).



Posteriormente, en 1978, se crea la Empresa Venezolana de Artesanía C.A. (EVENAR) filial de CONINDUSTRIA, para la comercialización y la asistencia integral del artesano, la cual inicia operaciones tres años después.



En el año 1993 se sanciona la Ley de Fomento y Protección al Desarrollo Artesanal y cinco años más tarde, su Reglamento (1998). La Ley declara de interés público el desarrollo artesanal, como manifestación de la cultura autóctona y como elemento de identidad nacional, pero esta declaratoria queda en mero postulado, toda vez que el sector artesanal continúa adoleciendo de políticas, planes, programas y acciones que promuevan, impulsen y apoyen un verdadero desarrollo de esta actividad creadora y productiva. La misma Ley crea la Dirección Nacional de Artesanías (DINART) y la adscribe al CONAC, como Dirección General Sectorial de Artesanía, y crea también el Registro Nacional de Artesanos, que se llega a configurar muy posteriormente.





Se genera, entonces, una política de subsidios que, a la vuelta de los años, más que impulsar un verdadero desarrollo, afecta negativamente al sector, toda vez que no realiza seguimiento ni se evalúa la gestión productiva, generando distorsiones y desigualdades, y atomizando el quehacer artesanal.


Fuente: Construyendo un oficio. Conac. 2005.
Carmen Ofelia García de Damas
Heufife Carrasco.



1 comentario:

Anónimo dijo...

por fin pude encontrar lo q" buscaba